IED MANUELITA SAENZ J.M
EDUCACIÓN
RELIGIOSA
PROFESOR: HERNANDO WIESNER A.
GRADO SEXTO ESTUDIANTE:
LA PERSONA HUMANA Y SUS
DERECHOS
El último que apague las galaxias…
... dignidad humana: Valoración de la diversidad
La comunicación humana se basa en el carácter del hombre, que, «por su
íntima naturaleza, es un ser social, no puede vivir ni desplegar sus
cualidades sin relacionarse con los demás»
LA PERSONA HUMANA Y SUS
DERECHOS
La Iglesia ve en el hombre, en
cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; imagen que encuentra, y está llamada
a descubrir cada vez más profundamente, su plena razón de ser en el misterio de
Cristo, Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al hombre y del hombre a sí
mismo. A este hombre, que ha recibido de Dios mismo una incomparable e
inalienable dignidad. Cristo, Hijo de Dios, “con su encarnación se ha unido, en
cierto modo, con todo hombre “por quien murió Cristo” (1 Co 8, 11; Rm 14, 15).
Toda la vida social es expresión de su
inconfundible protagonista: la persona humana. Del hombre, por
tanto, trae su origen la vida social que no puede renunciar a reconocerlo como
sujeto activo y responsable, y a él deben estar finalizadas todas las
expresiones de la sociedad.
La historia demuestra que en la
trama de las relaciones sociales emergen algunas de las más amplias capacidades
de elevación del hombre, pero también allí se anidan los más execrables
atropellos de su dignidad.
II. LA PERSONA HUMANA
a)
Criatura a imagen de Dios
El mensaje fundamental de la Sagrada Escritura
anuncia que la persona humana es criatura de Dios (Cf. Sal 139, 14-18) y
especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en su ser a imagen de
Dios: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó,
macho y hembra los creó” (Gn 1, 27). Dios insufla en las narices el aliento de
la vida (cf. Gn 2, 7). De ahí que, “por haber sido hecho a imagen de Dios, el
ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien.
Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es
llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta
de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar”.
La semejanza con Dios revela que la esencia y
la existencia del hombre están constitutivamente relacionadas con Él del modo
más profundo.
Toda la vida del hombre es una pregunta y una búsqueda de Dios.
Esta relación con Dios puede ser ignorada, olvidada o removida, pero jamás
puede ser eliminada. La persona humana es un ser personal creado por Dios para
la relación con Él, que sólo en esta relación puede vivir y expresarse, y que
tiende naturalmente hacia Él.
La relación entre Dios y el hombre se refleja
en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. El hombre, en
efecto, no es un ser solitario, ya que “por su íntima naturaleza, es un ser
social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los
demás”. A este respecto resulta significativo el hecho de que Dios haya creado
al ser humano como hombre y mujer (cf. Gn 1, 27). Sólo la aparición de la
mujer, es decir, de un ser que es huesos y carne de su carne (cf. Gn 2, 23), y
en quien vive igualmente el espíritu de Dios creador, puede satisfacer la
exigencia de diálogo interpersonal que es vital para la existencia humana. En
el otro, hombre o mujer, se refleja Dios mismo, meta definitiva y satisfactoria
de toda persona”.
El hombre y la mujer tienen la
misma dignidad y son de igual valor, no sólo porque ambos, en su diversidad,
son imagen de Dios, sino, más profundamente aún, porque el dinamismo de
reciprocidad que anima el “nosotros” de la pareja humana es imagen de Dios. En
la relación de comunión recíproca, el hombre y la mujer se realizan
profundamente a sí mismos rencontrándose como personas a través del don sincero
de sí mismos.
El hombre y la mujer están en
relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas: “a todos y a cada
uno reclamaré el alma humana” (Gn 9, 5), confirma Dios a Noé después del
diluvio. Desde esta perspectiva, la relación con Dios exige que se considere la
vida del hombre sagrada e inviolable. El quinto mandamiento: “No matarás” (Ex
20, 13; Dt 5, 17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la
muerte. El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de la vida
física tiene su culmen en el mandamiento positivo: “Amarás a tu prójimo como a
ti mismo” (Lv 19, 18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse cargo del
prójimo (Cf. Mt 22, 37-40; Mc 12, 29-31; Lc 10, 27-28).
Con esta particular vocación a
la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás
criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero
su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es
una libertad de explotación arbitraria y egoísta. Toda la creación, en efecto,
tiene el valor de “cosa buena” (Cf. Gn 1, 10.12.18.21.25) ante la mirada de
Dios, que es su Autor. El hombre debe descubrir y respetar este valor; es éste
un desafío maravilloso para su inteligencia, que lo debe elevar como un ala
hacia la contemplación de la verdad de todas las criaturas, es decir, de lo que
Dios ve de bueno en ellas. El libro del Génesis enseña, en efecto, que el
dominio del hombre sobre el mundo consiste en dar un nombre a las cosas (cf. Gn
2, 19-20): con la denominación, el hombre debe reconocer las cosas por lo que
son y establecer para con cada una de ellas una relación de responsabilidad.
El hombre está también en
relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo. La Sagrada Escritura
habla a este respecto del corazón del hombre. El corazón designa precisamente
la interioridad espiritual del hombre, es decir, cuanto lo distingue de
cualquier otra criatura: El corazón indica, en definitiva, las facultades
espirituales propias del hombre, sus prerrogativas en cuanto creado a imagen de
su Creador: la razón, el discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre.
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